En los últimos años han aumentado considerablemente las investigaciones sobre las primeras etapas del desarrollo
cerebral, y en particular sobre los efectos del maltrato en el desarrollo del cerebro durante la lactancia y la
primera infancia. Estas investigaciones están empezando a arrojar indicaciones claras de que el desarrollo cerebral
puede resultar fisiológicamente alterado en situaciones de estrés prolongadas, severas o impredecibles – entre
ellas, el maltrato – durante los primeros años del niño. Tales alteraciones pueden, a su vez, afectar negativamente
al crecimiento físico, cognitivo, emocional y social del niño.
Las diferentes partes del cerebro se desarrollan en respuesta a los estímulos que las activan. Con el paso del
tiempo, el cerebro aumenta de tamaño y densidad, llegando a alcanzar prácticamente un 90% de su tamaño
adulto cuando el niño tiene tres años de edad.
En ausencia de estímulos y de cuidados (por ejemplo, cuando los
padres o cuidadores son hostiles o se desinteresan del niño), el desarrollo del cerebro infantil pueden resultar
disminuido. Dado que el cerebro se adapta a su entorno, se adaptará con la misma facilidad a un entorno negativo
que a otro positivo.
El estrés crónico sensibiliza las conducciones nerviosas y desarrolla desproporcionadamente las regiones del cerebro
asociadas a las respuestas de ansiedad y miedo. Con frecuencia, ocasiona también un desarrollo deficiente de
otras conducciones nerviosas y de otras regiones del cerebro. El cerebro de un niño que experimenta estrés – en
forma de abusos físicos o sexuales, o de desatención crónica – orientará sus recursos a la supervivencia y a afrontar
las amenazas de su entorno. Este estímulo crónico de la respuesta del cerebro al miedo implica frecuentemente la
activación de determinadas regiones del cerebro. Tales regiones, por consiguiente, serán más propensas a experimentar
un desarrollo desproporcionado a expensas de otras que no pueden ser activadas al mismo tiempo, como
las que intervienen en el razonamiento complejo. De resultas de ello, ciertas regiones del cerebro no relacionadas
con la respuesta al miedo podrían no estar “disponibles” para permitir el aprendizaje del niño.
Los efectos de las experiencias del lactante y del niño sobre el desarrollo de su cerebro sientan las bases para la
expresión de la inteligencia, de las emociones y de la personalidad. Cuando esas primeras experiencias son esencialmente
negativas, el niño puede padecer problemas emocionales, conductuales o de aprendizaje que persisten
durante toda su vida, especialmente en ausencia de intervenciones específicas. Por ejemplo, los niños que han
padecido abusos y desatención crónicos durante sus primeros años pueden vivir en un estado permanente de
alerta exacerbada o de disociación, atentos a las amenazas que pudieran surgir en cualquier tipo de situación.
Su
capacidad para beneficiarse de las experiencias sociales, emocionales y cognitivas puede resultar disminuida. Para
poder aprender e incorporar nueva información, tanto en el aula como ante una nueva experiencia social, el cerebro
del niño debe encontrarse en un estado de “calma atenta”, que el niño traumatizado rara vez conoce. Los niños
que no han conseguido desarrollar unos vínculos saludables con sus cuidadores y cuyas primeras experiencias
emocionales, perjudiciales para su cerebro, no hayan sentado las bases necesarias para un desarrollo emocional
positivo podrían ver limitada su capacidad de empatía.
El remordimiento y la empatía son sentimientos que nacen
de la experiencia. En los casos extremos, cuando un niño no se siente emocionalmente vinculado a ningún ser
humano, no cabrá esperar que experimente remordimientos por dañar o incluso dar muerte a alguien.
Cuando los maltratos ya se han producido, hay indicaciones de que una intervención intensa y temprana puede
ayudar a reducir los efectos a largo plazo de ese trauma sobre el desarrollo del cerebro.
Sin embargo, aunque una
intervención temprana en niños maltratados puede reducir al mínimo los efectos de los abusos y desatenciones,
es considerablemente más beneficioso evitar el maltrato antes de que sobrevenga. El costo que entrañan – tanto
en términos humanos como económicos – los esfuerzos por curar a esos niños superan con mucho a los que
acarrearía la prevención del maltrato y, consiguientemente, el fomento de un desarrollo saludable del cerebro
durante los primeros años de vida.
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