lunes, 7 de marzo de 2016

El maltrato infantil y sus efectos negativos sobre el desarrollo cerebral

En los últimos años han aumentado considerablemente las investigaciones sobre las primeras etapas del desarrollo cerebral, y en particular sobre los efectos del maltrato en el desarrollo del cerebro durante la lactancia y la primera infancia. Estas investigaciones están empezando a arrojar indicaciones claras de que el desarrollo cerebral puede resultar fisiológicamente alterado en situaciones de estrés prolongadas, severas o impredecibles – entre ellas, el maltrato – durante los primeros años del niño. Tales alteraciones pueden, a su vez, afectar negativamente al crecimiento físico, cognitivo, emocional y social del niño. Las diferentes partes del cerebro se desarrollan en respuesta a los estímulos que las activan. Con el paso del tiempo, el cerebro aumenta de tamaño y densidad, llegando a alcanzar prácticamente un 90% de su tamaño adulto cuando el niño tiene tres años de edad.
 En ausencia de estímulos y de cuidados (por ejemplo, cuando los padres o cuidadores son hostiles o se desinteresan del niño), el desarrollo del cerebro infantil pueden resultar disminuido. Dado que el cerebro se adapta a su entorno, se adaptará con la misma facilidad a un entorno negativo que a otro positivo. El estrés crónico sensibiliza las conducciones nerviosas y desarrolla desproporcionadamente las regiones del cerebro asociadas a las respuestas de ansiedad y miedo. Con frecuencia, ocasiona también un desarrollo deficiente de otras conducciones nerviosas y de otras regiones del cerebro. El cerebro de un niño que experimenta estrés – en forma de abusos físicos o sexuales, o de desatención crónica – orientará sus recursos a la supervivencia y a afrontar las amenazas de su entorno. Este estímulo crónico de la respuesta del cerebro al miedo implica frecuentemente la activación de determinadas regiones del cerebro. Tales regiones, por consiguiente, serán más propensas a experimentar un desarrollo desproporcionado a expensas de otras que no pueden ser activadas al mismo tiempo, como las que intervienen en el razonamiento complejo. De resultas de ello, ciertas regiones del cerebro no relacionadas con la respuesta al miedo podrían no estar “disponibles” para permitir el aprendizaje del niño.
 Los efectos de las experiencias del lactante y del niño sobre el desarrollo de su cerebro sientan las bases para la expresión de la inteligencia, de las emociones y de la personalidad. Cuando esas primeras experiencias son esencialmente negativas, el niño puede padecer problemas emocionales, conductuales o de aprendizaje que persisten durante toda su vida, especialmente en ausencia de intervenciones específicas. Por ejemplo, los niños que han padecido abusos y desatención crónicos durante sus primeros años pueden vivir en un estado permanente de alerta exacerbada o de disociación, atentos a las amenazas que pudieran surgir en cualquier tipo de situación.

 Su capacidad para beneficiarse de las experiencias sociales, emocionales y cognitivas puede resultar disminuida. Para poder aprender e incorporar nueva información, tanto en el aula como ante una nueva experiencia social, el cerebro del niño debe encontrarse en un estado de “calma atenta”, que el niño traumatizado rara vez conoce. Los niños que no han conseguido desarrollar unos vínculos saludables con sus cuidadores y cuyas primeras experiencias emocionales, perjudiciales para su cerebro, no hayan sentado las bases necesarias para un desarrollo emocional positivo podrían ver limitada su capacidad de empatía.

 El remordimiento y la empatía son sentimientos que nacen de la experiencia. En los casos extremos, cuando un niño no se siente emocionalmente vinculado a ningún ser humano, no cabrá esperar que experimente remordimientos por dañar o incluso dar muerte a alguien. Cuando los maltratos ya se han producido, hay indicaciones de que una intervención intensa y temprana puede ayudar a reducir los efectos a largo plazo de ese trauma sobre el desarrollo del cerebro.

Sin embargo, aunque una intervención temprana en niños maltratados puede reducir al mínimo los efectos de los abusos y desatenciones, es considerablemente más beneficioso evitar el maltrato antes de que sobrevenga. El costo que entrañan – tanto en términos humanos como económicos – los esfuerzos por curar a esos niños superan con mucho a los que acarrearía la prevención del maltrato y, consiguientemente, el fomento de un desarrollo saludable del cerebro durante los primeros años de vida.

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